Bicentenario de la muerte de Juan de Villanueva Arquitecto Mayor de Carlos III y de José Bonaparte   1 comment

Cuando murió, el 22 de agosto de 1811, Juan de Villanueva era Arquitecto Mayor de José de Bonaparte, paradójicamente, responsable de la ruina de sus obras más significativas, el Museo del Prado y el Real Observatorio. En 1808 los franceses se habían acuartelado en el Museo del Prado (entonces Gabinete de Historia Natural) y habían desmontado el plomo de cubiertas, canalones y bajantes para hacer balas de cañón. El Real Observatorio había servido de polvorín durante la invasión napoleónica.

En pleno barrio de Las Letras se encuentra uno de los edificios menos conocidos de Villanueva, la Real Academia de la Historia. No fue construido como tal. Cuando Villanueva acometió obras en el Prado derribó la imprenta y depósito de los libros del nuevo rezado de los jerónimos del Monasterio del Escorial. El rey encargó al arquitecto otro edificio para tal fin en la capital, la hoy Real Academia de la Historia: «Es un edificio caro y noble, pero no por su uso, una imprenta de misales, sino porque era un encargo real y debía de tener toda la solemnidad de un edificio oficial», dice Pedro Moleón, Profesor de Historia de la Arquitectura de la ETS de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid. Lo que sí marcó su uso fue la incombustibilidad de la construcción. Dado que era un depósito de papel, y que Villanueva pertenecía a esa generación que había visto arder el Real Alcázar de Madrid y la Plaza Mayor de Madrid, el arquitecto construyó un edificio sólido, sin una gota de madera. Todas las escaleras son de granito y los techos de ladrillo.

En la academia abundan los rincones donde se puede comprobar la desnuda belleza del neoclasicismo de Villanueva. «Esta escalera de granito es puro Escorial«, explica Emanuela Gambini, arquitecta de la casa desde los años sesenta, responsable de la reciente restauración de su fachada. «El edificio nació para albergar libros y papeles, y eso es lo que guarda», explica. Entre sus más de 400.000 volúmenes, incunables y manuscritos como el Códice Emilianense del siglo X, en cuyas glosas se hallan las primeras palabras escritas en castellano y en vasco.

El Escorial fue la gran influencia de Villanueva. Imprimió en él un clasicismo desornamentado profundo, que no soporta molduras decorativas ni fruslerías. «Pero Villanueva no es severo, sino contenido», dice Moleón. «Cuando tiene que ser gracioso, en el mejor sentido, también sabe serlo; El Prado, por ejemplo, tuvo sus detractores porque era muy atrevido para la época».

En la Real Academia la mayor osadía fue la puerta. Para traer las enormes jambas enterizas de granito, de casi siete metros, Villanueva tuvo que trazar un camino seguro para los carros: no podían pasar por donde hubiese vías de agua ya que el peso podía hundir la calzada.

Juan de Villanueva fue una estrella: hizo fortuna y gozó de todo el prestigio y los honores de su época. Delgado y narigudo, según lo pintó Goya y «de carácter filosófico» según lo describió su amigo Jovellanos. Algo «malhumorado», dejó escrito él mismo. «Muy celoso de sus cargos, controlaba todo lo que se hacía en la ciudad», explica Moleón, «y fue sin duda el arquitecto español más importante del XVIII». Sus obras guardan, según el profesor, lecciones para el arquitecto actual. A pesar de su fama y su poder, Villanueva siempre tuvo claro que la arquitectura debe estar arraigada en el lugar que ocupa y que, ante todo, debe responder a su función.

Créditos: Pedro Moleón, Patricia Gonsálves, El País

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